En los primeros tiempos de Stroessner, la Iglesia estaba, a efectos administrativos, prácticamente sometida al Estado. Había una relación muy estrecha entre ambos por circunstancias de la época.
Además, la Iglesia en su conjunto era ritualista y no ejercía, institucionalmente, una postura crítica ante la situación política del país. Las voces críticas que salían de su seno provenían de elementos individuales, como el caso del padre Ramón Talavera, a inicios de la gestión de Stroessner.
En los años 60 algo cambió en el interior de la Iglesia como institución universal. El Papa Juan XXIII desató una revolución con el Concilio Vaticano 11 (que culminó con su sucesor, Pablo VI). El llamado Papa Bueno agiornó a la Iglesia. La puso al día con las circunstancias nuevas del mundo.
En su encíclica PACEM IN TERRIS habló de la paz entre los pueblos en un momento en que la humanidad temía la guerra nuclear. Además, revolucionó los conceptos teológicos vigentes entonces, al proclamar la libertad de conciencia que sus antecesores señalaban como un absurdo teológicamente. Decía Juan XXIII que los seres humanos debían "adorar a Dios en armonía con los justos dictados de su propia conciencia, profesar su religión privadamente o en público". Esto era totalmente revolucionario en la Iglesia.
La Iglesia paraguaya no se sintió ajena a los grandes cambios que emergieron en el Vaticano y en el mundo en la década de los 60. Por el contrario, se acomodó rápidamente a ellos. Empezó a acercarse más a la realidad de la gente y a buscar mayor protagonismo fuera de los templos y de la evangelización meramente espiritual. Con esa actitud, en 1960 nació la Universidad Católica, trascendente en la formación de una élite intelectual que ayudó a desarrollar el sentido crítico en la sociedad.
En 1963 los obispos paraguayos emitieron una carta pastoral histórica: "EL PROBLEMA SOCIAL PARAGUAYO", sorprendente para su tiempo. Fue un documento lúcido que, por ejemplo, exigía una reforma agraria seria para superar las estructuras socioeconómicas primitivas que impedían el crecimiento del país. El influjo de prelados que habían participado directamente en las deliberaciones del Vaticano II, como Ramón Bogarín Argaña, Aníbal Maricevich e Ismael Rolón, fue fundamental.
Poco antes de la Constituyente de 1967, los obispos paraguayos iniciaron las críticas al excesivo poder que se otorgaba al Ejecutivo en el proyecto de Constitución. Igualmente se analizó el sistema de Patronato mediante el cual la Iglesia estaba atada económicamente al Estado. En 1969 se agudizaron los problemas de la Iglesia con el régimen stronista que no veía con buenos ojos esa intromisión eclesial en asuntos políticos. El 22 de octubre de 1969 fue detenido el padre Francisco de Paula Oliva y expulsado del país, lo que motivó un acto de repudio de los estudiantes de la Universidad Católica que a su vez despertó una recia respuesta policial.
La Iglesia contraatacó y excomulgó al ministro del Interior, Sabino Augusto Montanaro, y al jefe de Policía, Alcibíades Brítez Borges, y suspendió todos los oficios religiosos que debían celebrarse el domingo siguiente. Una especie de huelga religiosa.
Otra decisión inusitada de la Iglesia en su protesta contra Stroessner fue la de suspender, en diciembre de 1969, la tradicional procesión del 8 de diciembre en Caacupé, a la que el Presidente solía asistir con todo su gabinete.
Además, la Iglesia en su conjunto era ritualista y no ejercía, institucionalmente, una postura crítica ante la situación política del país. Las voces críticas que salían de su seno provenían de elementos individuales, como el caso del padre Ramón Talavera, a inicios de la gestión de Stroessner.
En los años 60 algo cambió en el interior de la Iglesia como institución universal. El Papa Juan XXIII desató una revolución con el Concilio Vaticano 11 (que culminó con su sucesor, Pablo VI). El llamado Papa Bueno agiornó a la Iglesia. La puso al día con las circunstancias nuevas del mundo.
En su encíclica PACEM IN TERRIS habló de la paz entre los pueblos en un momento en que la humanidad temía la guerra nuclear. Además, revolucionó los conceptos teológicos vigentes entonces, al proclamar la libertad de conciencia que sus antecesores señalaban como un absurdo teológicamente. Decía Juan XXIII que los seres humanos debían "adorar a Dios en armonía con los justos dictados de su propia conciencia, profesar su religión privadamente o en público". Esto era totalmente revolucionario en la Iglesia.
La Iglesia paraguaya no se sintió ajena a los grandes cambios que emergieron en el Vaticano y en el mundo en la década de los 60. Por el contrario, se acomodó rápidamente a ellos. Empezó a acercarse más a la realidad de la gente y a buscar mayor protagonismo fuera de los templos y de la evangelización meramente espiritual. Con esa actitud, en 1960 nació la Universidad Católica, trascendente en la formación de una élite intelectual que ayudó a desarrollar el sentido crítico en la sociedad.
En 1963 los obispos paraguayos emitieron una carta pastoral histórica: "EL PROBLEMA SOCIAL PARAGUAYO", sorprendente para su tiempo. Fue un documento lúcido que, por ejemplo, exigía una reforma agraria seria para superar las estructuras socioeconómicas primitivas que impedían el crecimiento del país. El influjo de prelados que habían participado directamente en las deliberaciones del Vaticano II, como Ramón Bogarín Argaña, Aníbal Maricevich e Ismael Rolón, fue fundamental.
Poco antes de la Constituyente de 1967, los obispos paraguayos iniciaron las críticas al excesivo poder que se otorgaba al Ejecutivo en el proyecto de Constitución. Igualmente se analizó el sistema de Patronato mediante el cual la Iglesia estaba atada económicamente al Estado. En 1969 se agudizaron los problemas de la Iglesia con el régimen stronista que no veía con buenos ojos esa intromisión eclesial en asuntos políticos. El 22 de octubre de 1969 fue detenido el padre Francisco de Paula Oliva y expulsado del país, lo que motivó un acto de repudio de los estudiantes de la Universidad Católica que a su vez despertó una recia respuesta policial.
La Iglesia contraatacó y excomulgó al ministro del Interior, Sabino Augusto Montanaro, y al jefe de Policía, Alcibíades Brítez Borges, y suspendió todos los oficios religiosos que debían celebrarse el domingo siguiente. Una especie de huelga religiosa.
Otra decisión inusitada de la Iglesia en su protesta contra Stroessner fue la de suspender, en diciembre de 1969, la tradicional procesión del 8 de diciembre en Caacupé, a la que el Presidente solía asistir con todo su gabinete.